I. Aceite de hashís
The Long and Winding road
(o Casa Paralelepípedo)
“Es una forma de empezar el día como cualquier otra,
es nada más que no pisar el freno pero sin coche...”
Andrés Calamaro
“...hay camiones repletos de basura, rabia descompuesta y -casa paralelepípedo- en mi pelo
en mi pelo,
en mi maldito pelo.”
I. Aceite de hashís
Es otoño en Lima. La gente ha dejado de pensar un poco en el verano. Junto a mí, Porongo sorbe otro poco de su cigarrillo, se relaja y deja correr el humo. Deja pasar tras de sí las horas muertas y negras que vivió cuando el atardecer que se veía desde las ventanas de su casa en la Molina parecieron Palms Spings con nubes rojizas y palmeras. Con piscina.
Pero ahora él piensa en otra cosa y sostiene su cámara portátil (supongo que será lo último que se compró, tras la buena venta del peso de su aceite de hashís) y filma, hace travelings. Excelentes tomas de traseros y sudorosos senos que se baten y tantean entre los cuerpos todavía bronceados de las chicas, en permanentes blue jeans ajustados.
- ¿Qué te parece, Caneto?
- Excelente. Excelente...
Porongo sorbe otra vez su cigarrillo y luego lo bota.
- ¿Secaste tu hierba?
- Aún no.
- Pues deberías.
Una chica casi imperceptible desde donde estamos Porongo y yo es filmada con un zoom de verdad potente, mientras conversa con alguien que parece ser un profesor o algo por el estilo. Porongo suelta una pequeña risa. De pronto el atardecer nos sorprende con nubes moradas, y a cada minuto estamos más lejos de la realidad y se hace de noche.
Porongo usa en su cámara portátil un modo nocturno mediante el cual todo lo que filma se ve verde e intenta hacer un juego de imágenes entre los ojos del profesor y las estupendas tetas de una chica (que creo que se llama Dianita Calibre 38 o algo por el estilo) y en los ojos de Porongo veo una expresión que por algún motivo hace que me vea a mí mismo en su mirada y en su peinado, que es una mezcla entre corte militar y un punk extraño, pero eso no es nada del otro mundo y Porongo prende otro cigarrillo.
Es otoño en Lima.
- Mierda, esta porquería no funciona.
Porongo pide mi encendedor un segundo y yo se lo alcanzo. Deja a un lado la cámara y se dedica a fumar.
Sentado en la banca de un parque que no conozco bien cerca a donde solía pasear con Melisa este verano, pienso como un loco y fumo mucha marihuana verde que no puedo sorber porque está húmeda y no me sirve para nada. Anoche me la pasé bebiendo y fumando como un degenerado, no me acuerdo bien si llegué a mi casa con el pan en la mano o si alguien llegó antes que yo con el pan o como fue, cosa es que el recuerdo más cercano que tengo es el de mi propia imagen circunspecta sentado en la mesa por la mañana, tomando café puro hasta que la bolsa de pan desapareció, y mi perro Pincky se asustó tanto que me preguntó que por qué dormía en el piso, o quizá solo me miró extrañado cerca de las dos horas que pasaron, antes de que me despertara y pudiera arrastrarme hasta mi habitación en el tercer piso donde pernocté cerca de diez horas. Luego pude volver en mí y, sin ducharme ni nada, salí a caminar por las callejuelas locas de Surco un poco alejado de mi hogar (si uno toma en cuenta que lo único que hice fue caminar y caminar) y por alguna extraña razón me pongo triste al pensar en la noche que pasé. Y pienso en Melisa como aquellos patos chinos del Brasil (tan enamoradizos todos) que no pueden ni volar, ni escribir, ni nada. Y luego recuerdo la reunión de anoche, las caras tapiadas de aquellas chicas de minifaldas cortas y piernas apetecibles. En el olor fétido del baño y la cerveza, en el dolor de mi abdomen mientras sorbía (y cada sorbo es un vaso más) y bebía, y también fumaba, y conversaba un poco con la gente de cosas incoherentes, y vestía una camisa negra y un pantalón negro y mis zapatillas eran por igual negras. Mientras el gordo Manuel sonríe (es una sonrisa espantosa) diciéndome que lo acompañe al baño, que en el bolsillo de su casaca de cuero tiene un poco de mármol blanco, que en realidad es una buena y enorme papelina llena de cocaína brillante. Luego Porongo, sentado en un sillón de la sala, le cuenta a un amigo suyo la fructífera venta de todo su aceite de hashís durante el verano pasado, mientras beben y miran por la ventana algo fuera de mi alcance visual. Entonces yo digo -okey- un poco tentado, pero no menos deprimido (por lo general, cuando inhalo, me vienen esas terribles bajonas en las que no puedes hacer otra cosa que no sea mirar con tristeza la nada)... Finalmente termino encerrado en el baño con el gordo Manuel:
- ¡Ñac! ¡Ñac! Está muy buena, huevón.
- ...Sí, de veras.
Manuel lame el papel manteca, absolutamente loco, sus ojos que van en espiral.
- Vamos, párchame un poco más gordo.
El gordo Manuel sostiene sus lentes y mira a ambos lados (es como si alguien pudiera infiltrarse entre las paredes o entre las rejillas de las lunas tapadas) me hace una mueca espantosa y saca del bolsillo más pequeño y más escondido de su casaca de cuero marrón otra papelina exactamente igual a la anterior.
- Vamos, gordo, que sea una montañita para detener el tiempo...
El gordo lanza una carcajada. Echa en la parte posterior de mi mano una montañita blanca de cocaína.
- ¡Uhg!
- Muy bueno, de verdad tío.
Creo que fue entonces cuando empecé a dejar de sentir los dientes y la cara. Estallé de risa. Empezó a sonar algo que era una especie de cumbia que ya nadie bailaba. El gordo Manuel y yo nos miramos y entramos a la sala (afuera, en el jardín, algunos cuantos estúpidos sujetos bailaban con algunas cuantas chicas de minifaldas raídas, y nadie allí se había metido cocaína en el baño, solo el gordo Manuel y yo) donde Porongo y su amigo, de cabeza rapada y extraños ademanes al hablar, contaban historias de drogas y miraban por la cámara portátil una colección fundamental de culos y sudorosas tetas.
- ...Entonces ¡fuuuaaaaaa! la habitación se iluminó. -Porongo rió. El tipo pelado, que contaba la historia, esbozó una agradable sonrisa.- Uno miraba ese pedazo de paco y pensaba: “Oh no Dios mío... pero por qué tanto...”.
El tipo pelado y de ademanes extraños sonrió.
- ¿Era una mimosa?...
El Pelado hizo un sonido extraño:
- ¡Pfffvhgfarsjnh!
Porongo me miró sonriendo:
- Puta, yo me acuerdo de esas épocas, huevón...
Me sorbí la nariz. Sentí el sabor de aquella potente cocaína en mis fosas nasales y en mi esófago.
- Sangraba -dijo el pelado, riéndose.
Intenté imaginar aquello.
- ¿A qué te refieres? -preguntó alguien.
Porongo rió.
Un tío muy llamativo y de asqueroso acento español, viene y me dice:
- Es una mierda.
Y yo le digo:
- ¿Pero por qué, hermano?...
Y él me dice:
- Coño, necesito un porro.
Y cuando estamos en la puerta, cuando estamos prendiendo ese canuto enorme que traigo entre las manos, el tipo que en realidad es un español horrible y tiene cara de pescado, me dice:
- ¡Joder! Debí meterle la mano más fuerte, huevón.
- ¡A quién!
- A ella pues, tío.
Pero ella no está por ningún lado y yo no sé a quién carajo se refiere, hasta que me explica que es una tía que estudia en la facultad pero que no está en nuestro salón (y me pregunto por qué Cabeza de Pescado dice que está en mi salón) y luego dice que la chica a la que él le ha metido la mano estaba ebria, pero no lo suficientemente ebria. Y ella vino y le metió un lapo y todo el mundo lo vio. Y luego me dice que esta misma chica ahora se encerró en una habitación con este tío tan gordo y tan pesado que estaba conversando conmigo. Finalmente, Cabeza de Pescado dice que todo el tiempo ha sido así y que debió meterle más fuerte la mano, que su minifalda veraniega estaba bonita y suave.
Le da una enorme calada a mi canuto tosiendo y despidiendo un montón de humo por la boca.
- No sé qué hacer, coño.
- Relájate, tío -le aconsejo.
Cuando regresamos a la sala, Cabeza de Pescado y yo estamos muy volados y continuamos bebiendo. Luego Porongo y su amigo nos enseñan algunas tomas que han logrado captar con su fabulosa cámara portátil Panasonic, y todos se ríen. El audio está encendido y por momentos escucho mi propia voz gravada, y es todo tan espantoso, siento una profunda acidez en mi estómago y luego veo el trasero de Melisa gravado y le empiezo a prestar atención a todo. Porongo ríe como nunca lo he visto reírse antes, y cuando se saca los anteojos de sol sus ojos están rojos, inyectados de sangre, y pienso que ha estado fumando hashís con su pipa todo este tiempo...
En las imágenes de la cámara veo un sinnúmero de tetas y de acercamientos estremecedores. Veo con cuidado las piernas de Melisa y reconozco el vestido que lleva puesto. Es uno de aquellos vestidos que a mí me gustaban tanto, que llevó un par de veces a la playa cuando nos fuimos al sur el verano pasado.
Es otoño en Lima.
Ahora vuelvo a intentar prender este canuto pero no puedo y es un domingo terrible que no quisiera haber vivido jamás. Y espero a que se haga de noche mientras no leo las notas periodísticas que tengo que leer para la Universidad. Y aunque no lo quiera, pienso un poco en Melisa: en nuestra separación y en lo demás.
Es otoño del 2003.
Y cuando se ha hecho de noche, se han prendido todos los faroles amarillos del parque, y tengo que ponerme de pié y caminar. Hay un grupo de chicos cerca. Uno de ellos tiene como mi edad y luce pinta de escuchar música reggae y fumar mucha marihuana todo el día. Junto a él hay como unas cuatro o cinco personas más y entre todos prenden un wiro, y una chica (que por alguna razón, hace que me acuerde de Melisa durante el verano pasado) se esconde por entre las bancas del parque y algunos arbustos, le da una pitada a aquel pedazo de wiro y tose...
(o Casa Paralelepípedo)
“Es una forma de empezar el día como cualquier otra,
es nada más que no pisar el freno pero sin coche...”
Andrés Calamaro
“...hay camiones repletos de basura, rabia descompuesta y -casa paralelepípedo- en mi pelo
en mi pelo,
en mi maldito pelo.”
I. Aceite de hashís
Es otoño en Lima. La gente ha dejado de pensar un poco en el verano. Junto a mí, Porongo sorbe otro poco de su cigarrillo, se relaja y deja correr el humo. Deja pasar tras de sí las horas muertas y negras que vivió cuando el atardecer que se veía desde las ventanas de su casa en la Molina parecieron Palms Spings con nubes rojizas y palmeras. Con piscina.
Pero ahora él piensa en otra cosa y sostiene su cámara portátil (supongo que será lo último que se compró, tras la buena venta del peso de su aceite de hashís) y filma, hace travelings. Excelentes tomas de traseros y sudorosos senos que se baten y tantean entre los cuerpos todavía bronceados de las chicas, en permanentes blue jeans ajustados.
- ¿Qué te parece, Caneto?
- Excelente. Excelente...
Porongo sorbe otra vez su cigarrillo y luego lo bota.
- ¿Secaste tu hierba?
- Aún no.
- Pues deberías.
Una chica casi imperceptible desde donde estamos Porongo y yo es filmada con un zoom de verdad potente, mientras conversa con alguien que parece ser un profesor o algo por el estilo. Porongo suelta una pequeña risa. De pronto el atardecer nos sorprende con nubes moradas, y a cada minuto estamos más lejos de la realidad y se hace de noche.
Porongo usa en su cámara portátil un modo nocturno mediante el cual todo lo que filma se ve verde e intenta hacer un juego de imágenes entre los ojos del profesor y las estupendas tetas de una chica (que creo que se llama Dianita Calibre 38 o algo por el estilo) y en los ojos de Porongo veo una expresión que por algún motivo hace que me vea a mí mismo en su mirada y en su peinado, que es una mezcla entre corte militar y un punk extraño, pero eso no es nada del otro mundo y Porongo prende otro cigarrillo.
Es otoño en Lima.
- Mierda, esta porquería no funciona.
Porongo pide mi encendedor un segundo y yo se lo alcanzo. Deja a un lado la cámara y se dedica a fumar.
Sentado en la banca de un parque que no conozco bien cerca a donde solía pasear con Melisa este verano, pienso como un loco y fumo mucha marihuana verde que no puedo sorber porque está húmeda y no me sirve para nada. Anoche me la pasé bebiendo y fumando como un degenerado, no me acuerdo bien si llegué a mi casa con el pan en la mano o si alguien llegó antes que yo con el pan o como fue, cosa es que el recuerdo más cercano que tengo es el de mi propia imagen circunspecta sentado en la mesa por la mañana, tomando café puro hasta que la bolsa de pan desapareció, y mi perro Pincky se asustó tanto que me preguntó que por qué dormía en el piso, o quizá solo me miró extrañado cerca de las dos horas que pasaron, antes de que me despertara y pudiera arrastrarme hasta mi habitación en el tercer piso donde pernocté cerca de diez horas. Luego pude volver en mí y, sin ducharme ni nada, salí a caminar por las callejuelas locas de Surco un poco alejado de mi hogar (si uno toma en cuenta que lo único que hice fue caminar y caminar) y por alguna extraña razón me pongo triste al pensar en la noche que pasé. Y pienso en Melisa como aquellos patos chinos del Brasil (tan enamoradizos todos) que no pueden ni volar, ni escribir, ni nada. Y luego recuerdo la reunión de anoche, las caras tapiadas de aquellas chicas de minifaldas cortas y piernas apetecibles. En el olor fétido del baño y la cerveza, en el dolor de mi abdomen mientras sorbía (y cada sorbo es un vaso más) y bebía, y también fumaba, y conversaba un poco con la gente de cosas incoherentes, y vestía una camisa negra y un pantalón negro y mis zapatillas eran por igual negras. Mientras el gordo Manuel sonríe (es una sonrisa espantosa) diciéndome que lo acompañe al baño, que en el bolsillo de su casaca de cuero tiene un poco de mármol blanco, que en realidad es una buena y enorme papelina llena de cocaína brillante. Luego Porongo, sentado en un sillón de la sala, le cuenta a un amigo suyo la fructífera venta de todo su aceite de hashís durante el verano pasado, mientras beben y miran por la ventana algo fuera de mi alcance visual. Entonces yo digo -okey- un poco tentado, pero no menos deprimido (por lo general, cuando inhalo, me vienen esas terribles bajonas en las que no puedes hacer otra cosa que no sea mirar con tristeza la nada)... Finalmente termino encerrado en el baño con el gordo Manuel:
- ¡Ñac! ¡Ñac! Está muy buena, huevón.
- ...Sí, de veras.
Manuel lame el papel manteca, absolutamente loco, sus ojos que van en espiral.
- Vamos, párchame un poco más gordo.
El gordo Manuel sostiene sus lentes y mira a ambos lados (es como si alguien pudiera infiltrarse entre las paredes o entre las rejillas de las lunas tapadas) me hace una mueca espantosa y saca del bolsillo más pequeño y más escondido de su casaca de cuero marrón otra papelina exactamente igual a la anterior.
- Vamos, gordo, que sea una montañita para detener el tiempo...
El gordo lanza una carcajada. Echa en la parte posterior de mi mano una montañita blanca de cocaína.
- ¡Uhg!
- Muy bueno, de verdad tío.
Creo que fue entonces cuando empecé a dejar de sentir los dientes y la cara. Estallé de risa. Empezó a sonar algo que era una especie de cumbia que ya nadie bailaba. El gordo Manuel y yo nos miramos y entramos a la sala (afuera, en el jardín, algunos cuantos estúpidos sujetos bailaban con algunas cuantas chicas de minifaldas raídas, y nadie allí se había metido cocaína en el baño, solo el gordo Manuel y yo) donde Porongo y su amigo, de cabeza rapada y extraños ademanes al hablar, contaban historias de drogas y miraban por la cámara portátil una colección fundamental de culos y sudorosas tetas.
- ...Entonces ¡fuuuaaaaaa! la habitación se iluminó. -Porongo rió. El tipo pelado, que contaba la historia, esbozó una agradable sonrisa.- Uno miraba ese pedazo de paco y pensaba: “Oh no Dios mío... pero por qué tanto...”.
El tipo pelado y de ademanes extraños sonrió.
- ¿Era una mimosa?...
El Pelado hizo un sonido extraño:
- ¡Pfffvhgfarsjnh!
Porongo me miró sonriendo:
- Puta, yo me acuerdo de esas épocas, huevón...
Me sorbí la nariz. Sentí el sabor de aquella potente cocaína en mis fosas nasales y en mi esófago.
- Sangraba -dijo el pelado, riéndose.
Intenté imaginar aquello.
- ¿A qué te refieres? -preguntó alguien.
Porongo rió.
Un tío muy llamativo y de asqueroso acento español, viene y me dice:
- Es una mierda.
Y yo le digo:
- ¿Pero por qué, hermano?...
Y él me dice:
- Coño, necesito un porro.
Y cuando estamos en la puerta, cuando estamos prendiendo ese canuto enorme que traigo entre las manos, el tipo que en realidad es un español horrible y tiene cara de pescado, me dice:
- ¡Joder! Debí meterle la mano más fuerte, huevón.
- ¡A quién!
- A ella pues, tío.
Pero ella no está por ningún lado y yo no sé a quién carajo se refiere, hasta que me explica que es una tía que estudia en la facultad pero que no está en nuestro salón (y me pregunto por qué Cabeza de Pescado dice que está en mi salón) y luego dice que la chica a la que él le ha metido la mano estaba ebria, pero no lo suficientemente ebria. Y ella vino y le metió un lapo y todo el mundo lo vio. Y luego me dice que esta misma chica ahora se encerró en una habitación con este tío tan gordo y tan pesado que estaba conversando conmigo. Finalmente, Cabeza de Pescado dice que todo el tiempo ha sido así y que debió meterle más fuerte la mano, que su minifalda veraniega estaba bonita y suave.
Le da una enorme calada a mi canuto tosiendo y despidiendo un montón de humo por la boca.
- No sé qué hacer, coño.
- Relájate, tío -le aconsejo.
Cuando regresamos a la sala, Cabeza de Pescado y yo estamos muy volados y continuamos bebiendo. Luego Porongo y su amigo nos enseñan algunas tomas que han logrado captar con su fabulosa cámara portátil Panasonic, y todos se ríen. El audio está encendido y por momentos escucho mi propia voz gravada, y es todo tan espantoso, siento una profunda acidez en mi estómago y luego veo el trasero de Melisa gravado y le empiezo a prestar atención a todo. Porongo ríe como nunca lo he visto reírse antes, y cuando se saca los anteojos de sol sus ojos están rojos, inyectados de sangre, y pienso que ha estado fumando hashís con su pipa todo este tiempo...
En las imágenes de la cámara veo un sinnúmero de tetas y de acercamientos estremecedores. Veo con cuidado las piernas de Melisa y reconozco el vestido que lleva puesto. Es uno de aquellos vestidos que a mí me gustaban tanto, que llevó un par de veces a la playa cuando nos fuimos al sur el verano pasado.
Es otoño en Lima.
Ahora vuelvo a intentar prender este canuto pero no puedo y es un domingo terrible que no quisiera haber vivido jamás. Y espero a que se haga de noche mientras no leo las notas periodísticas que tengo que leer para la Universidad. Y aunque no lo quiera, pienso un poco en Melisa: en nuestra separación y en lo demás.
Es otoño del 2003.
Y cuando se ha hecho de noche, se han prendido todos los faroles amarillos del parque, y tengo que ponerme de pié y caminar. Hay un grupo de chicos cerca. Uno de ellos tiene como mi edad y luce pinta de escuchar música reggae y fumar mucha marihuana todo el día. Junto a él hay como unas cuatro o cinco personas más y entre todos prenden un wiro, y una chica (que por alguna razón, hace que me acuerde de Melisa durante el verano pasado) se esconde por entre las bancas del parque y algunos arbustos, le da una pitada a aquel pedazo de wiro y tose...

<< Home